Por Gaciela Sánchez
Fotos originales de Sioux Coco
¿Se han preguntado qué harían si supieran que están a punto de morir? Yo siempre dije que me gustaría saber la fecha programada. Sin lugar a dudas me despediría de mis amigos, le pediría perdón a todos aquellos que herí y ¿por qué no? Hasta me aventaría de la tirolesa más grande del mundo, sin dudarlo un solo segundo…
Pero en esa sala de espera, rodeada de pacientes en ayunas, suplicando que les sacaran la muestra de sangre para poder atascarse de tamales y atoles de la esquina, mi perspectiva de la muerte había cambiado.
Siempre me había imaginado a los moribundos como aquellos vampiros tan famosos de la tele. Ya saben, con las ojeras rodeando los párpados caídos, con pieles tan blancas que uno creería que se podían transparentar sus órganos, con huesos asomándose de cada pliegue de su piel.
Pero mientras veía mi rostro, reflejado en el mostrador de aquella recepción, me preguntaba ¿porqué la imagen no coincidía? Yo estaba llena de vida… bueno, alguna que otra ojera, resultado de los espantosos exámenes finales; pero nada que un buen maquillaje no resolviera. Mis huesos estaban ocultos por toda mi grasa corporal (quizá más de la que me gustaría admitir), traía jeans y playera de colores brillantes ( un power ranger en un laboratorio)
Sin dudarlo pensé que algo andaba mal. No coincidía ese reflejo con una futura muerta… y al estar pensando esto no pude evitar sonreír, con esas sonrisas irónicas que me salían tan bien. Esa playera había sido la misma que usé aquella vez; aunque se veía muy diferente cuando solo era un bulto negro en el piso de aquél cuarto.
Viéndome bien ¿qué era lo que había encontrado tan atractivo? No tenía nada diferente a las demás; digo tenía dos ojos, una nariz, 10 dedos en las manos… nada que no tuvieran mis otras amigas. Mi sonrisa torcida apareció al recordad sus rostros. Ellas no podían creer que el chico más guapo de la alberca estuviera hablando conmigo, ignorándolas por completo.
Después de todo, yo solo era la única universitaria virgen que quedaba en el grupo (¿o quizá en todo el campus?) Recuerdo sus miradas venenosas que me lanzaron mientras él y yo nos íbamos caminando a su cuarto. Yo estaba tonta de la emoción porque un galán, finalmente, no me había visto cómo aquel patito feo con look rockero.
Seguramente ellas hubieran dado cualquier cosa por cambiar mi lugar en ese momento. Si alguien me hubiera dicho que eso me iba a llevar a llenar esta solicitud de análisis de laboratorio, no hubiera dudado en cederles el “honor”…
-¡Señorita! ¿Qué estudio se realizará?…
El solo pensar el nombre de la prueba que me iba realizar, me revolvía el estómago vacío. Estaba a a 5 letras de comprobar que mi estupidez tenía consecuencias y muchas.
-Ammm, quiero una prueba de…ELISA
¡Vamos! Era recepcionista de un laboratorio, seguro venían pacientes con peores problemas que un poco de SIDA. Quizá me iba a sonreír con comprensión y me iba a dar una de esas sonrisas reconfortantes pero ausentes. Después de todo, había enfermedades más feas en este mundo.
Pero la sonrisa ausente nunca apareció en el rostro de la chica, al contrario, escuchó el nombre de la prueba y me miró con asco. Trató de disimularlo al tomar la hoja de solicitud y la pluma que yo había agarrado. ¡Pero qué clase de ignorancia la suya! ¿Qué acaso no sabía que el SIDA solo se transmite por la sangre, el semen, los flujos vaginales y la leche materna? Y sin lugar a dudas no cruzaría ninguno de esos fluidos vitales con ella.
La verdad es que, si quitábamos el hecho de que si era reactivo me iba a morir, la prueba era de lo más sencilla. Incluso sabía que bastaban unos 5 ml de mi sangre. Había que buscar la presencia de anticuerpos que estuvieran luchando con el Síndrome de Inmunodeficiencia (VIH) y esperar.
Si me salía no reactivo, no había de que preocuparse. Eso quería decir que mi cuerpo no había mandado anticuerpos a luchar contra el virus del VIH, porque no había ningún virus contra el cuál pelear.
Ahora que si sí ¡tampoco había problema! Me tenían que hacer más estudios.
Quizá un conteo sanguíneo completo, que iba a medir cuántos anticuerpos estaban peleando contra el VIH. Y si aquello parecía el campo de batalla de una de las guerras mundiales; ni hablar, estaba infestada.
Aunque aún quedaba un rayo de esperanza pues el tener VIH no necesariamente implica tener SIDA.
Así que no había justificación para la cara de asco de la recepcionista. Por lo que decidí ignorarla e irme a sentar hasta que alguien gritara mi nombre. Esperaba que, al entrar con el laboratorista, pudiera tener un poco más de comprensión y mejor trato. Sin embargo, la sonrisa se le borró del rostro a aquel hombre al leer las siglas de tan temida infección. Si hubiera podido se hubiera puesto dos pares de guantes en cada mano. Trató de tocarme lo menos posible y me pidió que cerrara mi puño… Era muy doloroso pero ¿más doloroso que haberlo sentido cómo ese “galán” me penetraba sin ninguna consideración?
Yo estaba dispuesta a tener un faje con él pero una relación sexual no estaba en mis planes. Se supone que a mis 20´s ya tenía suficientes sesos como para saber que con un desconocido ni a la esquina.
Me acuerdo que le dije que sin condón no podía continuar; hasta me acuerdo de mi sonrisa triunfante cuando dijo que respetaba mi decisión ¡ Inocente de mí! O más bien ¿crédula de mí? Pero nadie se había tomado la molestia de contarme que el sexo anal era igual de riesgoso que el sexo vagina, y aunque el sexo oral no lo era tanto, si hubiera alguna herida en mi boca podría correr el riesgo de contagiarme de alguna enfermedad de transmisión sexual.
No quería que se diera cuenta que era virgen, negándome a ser atravesada como pavo. Ahora retumban en mi cabeza todas las campañas de uso del condón ¿qué dirían de mí los del seguro social al saber que no había usado esos condones que me regalaron en los conciertos?
¿qué dirían mis papás al saber que no solo ya no era virgen (al menos no de la parte trasera de mi cuerpo) y que, además, me iba a morir en 10 años o menos? No podía ni imaginarme la cara de los vecinos al saber que la estudiosa vecinita había muerto por no haber usado un condenado pedazo de látex. Se supone que estaba al inicio de mi vida adulta. Que aún me esperaba un buen trabajo, estabilidad económica y un amor maduro.
En estado zombi llegué nuevamente a la recepción y esperé las 12 peores horas de mi vida. Ya me podía imaginar enferma en mi cama, temiéndole a cualquier gripe o resfriado. ¡Irónico! Sabía que el SIDA no es el que mataba, sino que el virus que lo causaba mutaba rápidamente.
Estaba enterada que el virus iba dejando, poco a poco, al cuerpo sin defensas. De manera que si llegaba una enfermedad oportunista, como la gripe; el cuerpo no podría mandar anticuerpos a combatirla, cómo siempre lo había. De manera que una condenada gripe me iba a fulminar.
Sabía que no existía cura y que se podía controlar con medicamentos pero ¡Cómo demonios no sabía que, fuera el sexo que fuera, había que usar un condenado condón!
Las doce horas pasaron. La señorita de la recepción me extendió el sobre de mis resultados. Y yo corrí al baño a abrirlo, de ese modo podría llorar a gusto sin ser el chisme del lugar. “No reactivo” …¡dios! Mi alma regresó al fin a mi cuerpo
No tendría que contarle a mis papás que había sido tan tonta como para costarme con un desconocido, no le tenía que romper la imagen de mi a mi nuevo y perfecto novio, ni siquiera tenía que preocuparme en volver a ver a la recepcionista y al laboratorista.
El susto había pasado, aunque la lección estaba más que aprendida; es más, estaba gravada a cincel y martillo en mi cabeza. Ya con la cabeza fría pude enojarme, con toda libertad, con esos dos sujetos tan ignorantes.
Quizá yo aprendí a usar un condón siempre, a acostarme con personas cuyos apellidos (al menos) conociera, e incluso a ser completamente responsable con mi futura vida sexual. Pero ellos nunca iban a aprender que el SIDA es una enfermedad que no se transmite de contacto directo; y tampoco sabrán jamás (porque sus prejuicios les redujeron el cerebro) que esa prueba, que tanto dudé en hacerme; debería ser un estudio tan rutinario entre todos.